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Bikepacking a ritmo de nana

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Bikepacking a ritmo de nana

Notes from Outside
/Número 9

Bikepacking a ritmo de nana

Ines Thoma
/Tiempo de lectura: 5 minutos

A veces, la vida nos obliga a acelerar o pisar el freno a la hora de elegir nuestras aventuras, que pueden ser, bien más relajadas, bien más agotadoras durante un tiempo. Llegar hasta los paisajes que tanto te gustan deja de ser realista o las largas jornadas explorando se ven interrumpidas por paradas constantes. Aunque estas nuevas circunstancias pueden resultar frustrantes al principio, encontrar las ventajas es cuestión de cambiar el punto de vista. Es una oportunidad de prestar atención a los pájaros, de no exigirte tanto como solías o de conocer a gente con la que, de otra forma, nunca habrías coincidido. Ines descubrió un concepto de aventura completamente distinto cuando su pareja y ella hicieron el primer viaje de bikepacking con su pequeña. En este número, habla sobre los placeres y las dificultades de salir a explorar con una personita y de lo que espera transmitirle. Quizás, sus palabras te animen a salir a rodar con alguien sin experiencia en el mundo del ciclismo, ya sea joven o mayor. Porque, si de algo estoy segura, es de que, independientemente de su edad, tu invitación se verá recompensada con grandes sonrisas.

Catherine

Redactora jefa de “Notes from Outside”

Nos sentamos en medio de un polvoriento camino de grava y nos disponemos a hacer un pícnic: sin duda, un lugar poco agradable a primera vista. Pero Romy, nuestra hija de un año, ha expresado alto y claro desde el remolque que la hora de la siesta ha llegado a su fin. Los campos de nieve que nos rodean se van derritiendo poco a poco, lo que, sumado a la tormenta de ayer, se traduce en prados mojados. Pero le da igual; lo único que quiere es salir del remolque y corretear. O comer algo. Sea como sea, hoy el pícnic lo hacemos aquí.

Tenemos queso que compramos ayer en una granja cerca del alojamiento, dos manzanas, medio tarro de compota de manzana, tres zanahorias y media, un plátano y unos pretzels. Un delicioso banquete. Solo nos falta preparar un café, pero no tenemos suficientes manos para hacerlo. Las vistas son increíbles. Estamos en el corazón de las montañas de Algovia, en una carretera sin coches que va desde Sibratsgfäll (Austria) a Oberstdorf (Alemania), justo donde desciende la impresionante pared de roca desde la planicie de Gottesacker.  

Solo se oyen el murmullo de un arroyo, el zumbido de los insectos y los balbuceos de Romy, que ha decidido poner rumbo a la nieve a toda velocidad y pasar de la comida. Mi pareja y yo nos sonreímos: hemos elegido el itinerario perfecto para nuestra primera salida en familia.  

La idea de hacer este viaje se nos ocurrió hace meses, cuando salimos con Romy en el remolque por primera vez. En aquella ocasión, bromeamos sobre si estaría lista para su primera aventura de bikepacking de varios días. Y ayer, sin esperarlo, vimos que había una ventana de buen tiempo y nos pusimos en marcha sin mucha planificación. Si hace sol y la temperatura es agradable, las probabilidades de que la salida sea todo un éxito aumentan bastante, así que no nos lo pensamos dos veces.  

Desde que empezó a andar, Romy no para quieta ni un minuto. Por eso es importante poder bajarnos de la bici cuando se cansa de estar en la silla portabebés. Eso es justo lo que pasó hace unos minutos (de ahí el insólito lugar para el pícnic). 

Estos momentos espontáneos son mi parte favorita de los viajes de bikepacking. Poder pasar el día al aire libre sin distracciones y disfrutar del campo plenamente, dejando atrás todas esas cosas que nos lo impiden durante el día a día. Espero que, cuando crezca, Romy sienta esta misma pasión por la naturaleza. Hasta entonces, estamos haciendo todo lo posible para que esta aventura sobre dos ruedas le resulte divertida. 

Tenemos una sillita montada en la parte delantera, en la potencia del manillar. Esta opción le permite ver mejor el paisaje para entretenerse cuando está despierta. Cuando le entra sueño, la metemos en el remolque y aprovechamos para darle caña. Este “doble sistema” puede parecer un poco exagerado, pero en nuestro caso funciona bien. Cada vez que paramos, puede estirar las piernas y jugar con la nieve: una vía de escape fantástica.

Con dos asuntos solucionados (Romy y el pronóstico del tiempo), solo quedaba una cosa de la que encargarse: la ruta. Había que encontrar algo que nos permitiera disfrutar de bonitos paisajes en familia, sin sacrificar nuestras ambiciones escaladoras. Aunque ya habíamos probado el remolque y la sillita en salidas cortas, este era el primer viaje de varios días con la peque.

Cuando salíamos sin Romy, las emociones fuertes eran las distancias, los desniveles y los destinos extremos. Ahora, la aventura radica en los pequeños placeres de la naturaleza y en el buen (o mal) humor de Romy, claro. Esta mañana ha sido coser y cantar porque se ha pasado ni más ni menos que dos horas durmiendo en el remolque. Hemos aprovechado para desmontar la sillita y meter el turbo. La silla portabebés es ideal para ella, pero no demasiado cómoda para quien pedalea, ya que tenemos que adoptar una postura poco natural: espalda erguida y piernas ligeramente arqueadas; es mortal para las rodillas. Max estaba tan contento de rodar sin la silla que me costó una barbaridad alcanzarlo, incluso si era él quien tiraba del remolque cuesta arriba.

Hoy, las vistas de esas mismas montañas son magníficas. Estamos a pocos kilómetros de casa, pero parece que las estuviéramos admirando por primera vez. Dejar atrás la rutina diaria y observar los descubrimientos de Romy durante esta aventura ha sido increíble. Los momentos difíciles han quedado compensados de sobra.

Ayer por la noche tuvimos uno de esos “momentos”. En un arranque de optimismo, esa tarde reservamos una habitación en una casa rural con una granja. Pero empezó a llover y tuvimos que pasar dos horas en una cafetería y una más en otra granja esperando a que escampara. Las horas pasaban y mi preocupación aumentaba: ¿cómo le sentarían a Romy los últimos 15 kilómetros? Cuando por fin dejó de llover, ya eran las seis de la tarde. Por suerte, el paisaje y la abundante fauna del bosque Bregenz Forest le resultaron muy entretenidos. ¡Cuántas cosas que ver! La mezcla de senderos, pistas de grava y pendientes pronunciadas también ayudó a hacer más llevaderos los últimos kilómetros. No sé si fue la suerte del principiante o qué, pero 70 kilómetros, múltiples subidas y varias horas más tarde, Romy seguía encantada de la vida. La guinda del pastel fue la granja cercana donde paramos a comprar provisiones para cenar y el pícnic de hoy.

Una lección importante que aprendimos ayer es que tenemos que llevar suficiente comida y bebida por si las cosas no van como esperamos. Max y yo nos apañamos con una manzana y un gel energético, pero Romy, no. Conscientes de que nos movemos a un ritmo más que tranquilo y de que no queremos tener que apretar como hicimos ayer, recogemos las cosas y pedaleamos hacia el sol. En la distancia, se vislumbra una manada de vacas. En breve, tendremos que parar de nuevo a acariciarles el hocico.

Texto de Ines Thoma y fotos de Max Schuhmann

Ines, oriunda de Algovia, encontró su verdadera pasión cuando cambió el cross country por el enduro hace más de diez años. Gracias a la Enduro World Series, ha podido explorar con amistades y compis de equipo algunos de los lugares más bonitos y remotos del mundo. Hace poco, su hija Romy le ha obligado a cambiar de marcha de nuevo, ya que, ahora, sus aventuras ciclistas implican tirar de un remolque. Tras menos de un año de baja por maternidad, Ines ha vuelto a las carreras de la Copa del Mundo e intenta conciliar el tiempo en familia con la competición. Síguela en komoot aquí o visita la Colección de esta aventura.

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