Forn de Calç d'Hortsavinya

La cal era un elemento muy empleado hasta el principio
de los años treinta del pasado siglo. Se utilizaba para la
construcción (mezclada con arena), para encalar
paredes, como desinfectante y para sulfatar las plantas
contra plagas.
En estos hornos de cal se colocaba la piedra caliza para exponerla a temperaturas de 800 a 1.000 ºC
hasta que adquiría un color blanquecino. Con la temperatura, la piedra se liberaba del anhídrido carbónico
transformándose en cal viva.
Los hornos se construían en terrenos con pendiente, bastante leña a su alrededor y piedra caliza abundante que
se arrancaba con picos y mazos. Aprovechando el desnivel,
creaban un espacio de 2 a 4 metros de diámetro y de altura, donde construían la caja o la olla, con pared de piedra
en seco o ladrillos con juntas de arcilla, un banquillo
de piedras en la base, y
una puerta a la parte más
baja.
Sobre la vuelta se coloca
locaban las piedras más
grandes (carga) accediendo por la puerta. Se
tapaba parte de éste
acceso, dejando un espacio
(boca) para entrar los haces de leña o fascinas para la combustión. Después,
por arriba se acababa de llenar con piedras cada vez más
pequeñas (matacanes y pequeños) hasta la boca o corona.
Se cubría con el pajar tapado con barro, dejando en el
su centro un paso para la salida del humo. Por último,
se ensacaba para que los arrieros pudieran cargarla y distribuirla.